Historias personales sobre la tuberculosis

La historia de  Mabruka

Mabruka

Mabruka

Me llamo Mabruka y tengo 29 años. Tengo dos hijos, soy esposa, hija y hermana. Soy consejera de pacientes que recibieron el diagnóstico de tuberculosis (TB). También soy una sobreviviente de la tuberculosis que ha padecido el dolor de la enfermedad y su tratamiento.

Cuando escuché por primera vez acerca de la tuberculosis, me asusté un poco porque un familiar en Etiopía había muerto por esa enfermedad. Pensaba que como vivía en los Estados Unidos no podía contagiarme con tuberculosis. Pero aprendí que cualquiera puede contraerla.

Recibí el diagnóstico de enfermedad de tuberculosis aquí en los Estados Unidos cuando tenía 18 años. Un día, volví a casa de la escuela y empecé a toser intensamente. Sentía que no podía parar de toser. Me había estado sintiendo mal por cerca de 2 meses, pero la tos no había sido así de fuerte. De repente me di cuenta de que estaba tosiendo con sangre. En ese momento se lo oculté a mi familia porque no quería que se preocuparan, especialmente mi mamá. Había ido muchas veces al médico y solo me habían dado medicamentos para la tos. Pero llegó un día en que la tos con sangre empeoró, así que fui a una sala de emergencias. El médico tomó una radiografía de mis pulmones y me preguntó si había notado algún cambio en mi salud. Le dije que había adelgazado sin saber por qué, que sentía cansancio, falta de aire, que tenía fiebre, sudores nocturnos, escalofríos, pérdida del apetito, tos con sangre, dolor de pecho, y que sentía dolor al respirar y al toser. Entonces me dijo que tenía enfermedad de tuberculosis. Era evidente por la radiografía y por los síntomas que tenía.

El diagnóstico de tuberculosis me cambió la vida. El tratamiento incluía tomar 9 a 10 pastillas al día durante un periodo de 6 meses. Todo el tiempo sentía el temor de que me podía enfermar otra vez. No quería participar en ninguna actividad extracurricular porque empezaba a toser intensamente y siempre me sentía cansada. Desde el momento en que me despertaba hasta la hora de irme a dormir, me acuerdo que me sentía muy cansada. Una de las personas que me ayudó a cumplir con el tratamiento para la tuberculosis fue mi madre. Ella siempre me apoyó y me dio ánimo cuando estaba mal de salud y durante la enfermedad. Yo también me decía a mí misma que tenía mucho por lo que seguir viviendo —como mi familia— y que por ellos quería mejorarme. Era joven y estaba en la secundaria superior. Esperaba graduarme, ir a la universidad, casarme y formar una familia.

Mi familia siempre estuvo a mi lado, en cada paso del tratamiento. Ellos sabían lo que se sentía porque a mi madre, mi padre, mi hermano y mi hermana les habían diagnosticado infección de tuberculosis latente y se habían tenido que hacer el tratamiento. Estas eran las cosas en las que pensaba mientras transcurrían los 6 meses del tratamiento.

Cuando escuché por primera vez acerca de la tuberculosis, me asusté un poco porque un familiar en Etiopía había muerto por esa enfermedad. Pensaba que como vivía en los Estados Unidos no podía contagiarme con tuberculosis. Pero aprendí que cualquiera puede contraerla“.

La parte más difícil del tratamiento fue tomar tantas pastillas cada día. También falté a la escuela a menudo porque me sentía mal. Me encantaba ir a la escuela así que me entristecía mucho tener que quedarme en casa. Sin embargo, mi madre me cuidó muy bien. Siempre estuvo ahí, cocinando y cuidándome. Ella trataba de distraerme, para que no pensara en el tratamiento, contándome historias de las personas en nuestra patria, Etiopía. Algunas veces tenía que usar una mascarilla para cubrirme la boca porque el médico lo había recomendado. Una de las cosas más difíciles fue sentirme diferente porque la gente me miraba cuando usaba la mascarilla para salir. Pero tuve mucha suerte de tener a mi lado a mi familia que era muy cariñosa y que me daba tanto apoyo y amor.

Durante el tratamiento, también tuve el beneficio de contar con una trabajadora de salud pública que me venía a ver todos los días y verificaba que tomara todas las dosis de los medicamentos; esto se llama terapia de observación directa (DOT, por sus siglas en inglés). El programa local de lucha contra la tuberculosis también fue de gran ayuda. Para ayudarme a tomar los medicamentos, recibía cupones de 15 dólares para alimentos y bebidas con proteínas. Además, el médico siempre me alentaba diciéndome que estaba mejorando y que pronto iba a estar bien.

Tener tuberculosis me dio una nueva perspectiva de la vida. Sabía que el tratamiento era bueno para mí y me decía que no iba a morir de tuberculosis. Soy la prueba viviente de eso. Ahora que soy una consejera en la Junta de Salud del Condado de Dekalb, cerca de Atlanta, y veo a pacientes que pasan por lo mismo que pasé yo cuando era joven, les cuento mi historia. Les digo que todo va a estar bien y que la tuberculosis se puede tratar. Siempre trato de ayudar a los que necesitan un poco de esperanza y ánimo dándoles información sobre la tuberculosis. Informarme sobre la tuberculosis también me ayudó a superar mis temores. El regalo que les hago a los pacientes con los que trabajo es simplemente ser una persona que los apoya. Es algo que me ayudó en mi propia experiencia, y es lo que quiero hacer por los demás.

Cuento mi historia porque quiero motivar e inspirar a otros que han recibido el diagnóstico de infección de tuberculosis latente, a quienes tienen la enfermedad de tuberculosis o a los que conocen a alguien que recibió el diagnóstico. Quiero aumentar la concientización e informar al público sobre esta enfermedad. A veces no se entiende lo que es la tuberculosis, pero quiero que la gente sepa que tiene cura y que obtener información es el primer paso que se debe dar y el más importante.